
Por: Luisana González M
En los últimos años, hemos sido testigos de cómo los fundamentalismos han querido imponerse en diversas áreas de la sociedad peruana; desde el ámbito religioso hasta el político, pasando por el cultural, económico y social. Los fundamentalismos están dando muestras de su fuerza y su capacidad para imponer su visión del mundo a cualquier precio.
En este sentido, uno de los aspectos donde más se ha manifestado esta tendencia es en la defensa del derecho a decidir sobre cuestiones como: el aborto, la anticoncepción, el matrimonio igualitario, la diversidad sexual, entre otros. Sin embargo, es importante destacar que no todos los fundamentalismos tienen las mismas creencias y hay diferencias dentro de éstas, según sus prácticas religiosas; e incluso existen personas creyentes que apoyan el derecho al aborto, por ejemplo, y reconocen la importancia que las mujeres puedan decidir sobre su propio cuerpo. Sin embargo, para los fundamentalistas sostener un pañuelo verde a favor del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, gritando arengas a favor del aborto, puede implicar una alteración del orden natural del rol femenino en la sociedad, en donde la mujer está hecha, según estos grupos, para maternar sí o sí, negándonos la capacidad de tomar decisiones sobre nuestro propio cuerpo y futuro.
El derecho a decidir implica tener la capacidad de tomar decisiones libres y autónomas sobre aspectos fundamentales de nuestra vida, como nuestra propia identidad, nuestros proyectos de vida, decidir sobre nuestro cuerpo, la forma en que vivimos nuestra sexualidad, y otros. Sin embargo, los fundamentalismos buscan imponer una única visión del mundo, una única forma de vivir y de entender la realidad, desde lo dual (el bien o el mal; sí o no, negro o blanco), no dando cabida a lo diverso y plural. Para ellos, cualquier desviación de esa visión es una amenaza a su poder y a su control. Y es ahí donde entra en juego la defensa del derecho a decidir.
Esto, inclusive, puede traducirse en diversas formas de oposición, como la promoción de leyes restrictivas o incluso la violencia física o verbal hacia quienes defienden el derecho a decidir. Además, los fundamentalismos también buscan influir en las políticas públicas y en el sistema educativo para imponer sus puntos de vista y limitar la autonomía personal en la toma de decisiones. Un claro y actual ejemplo de esto último, en el Perú, es la reciente aprobación del Proyecto de Ley N° 3464, que elimina el uso del lenguaje inclusivo en textos escolares, representando un retroceso en derechos ya ganados por la igualdad entre hombres y mujeres; e invisibilizando además a las niñas, adolescentes y mujeres de nuestro país desde etapas tempranas en el contexto educativo.
Lastimosamente, la oposición al derecho a decidir no solo afecta a las personas directamente involucradas, sino que también tiene un impacto en la sociedad en su conjunto, generando desigualdades y discriminación, limitando la autonomía y restringiendo derechos básicos.
La defensa de este derecho implica luchar contra cualquier intento de imposición de visiones externas sobre nuestras decisiones más íntimas y personales. Implica luchar contra aquellos que pretenden decirnos cómo debemos vivir nuestras vidas, cómo debemos relacionarnos con los demás, cómo debemos expresar nuestra identidad, etc. Pero también implica luchar contra aquellos que pretenden imponer su visión del mundo en ámbitos más amplios de la sociedad. Por ejemplo, en el ámbito político, algunos fundamentalistas buscan legislar sobre temas relacionados con la sexualidad y la vida privada de las personas, limitando así su capacidad de decidir libremente.
Por lo tanto, es fundamental la defensa del derecho a decidir para garantizar la pluralidad y la diversidad en nuestra sociedad. Es un derecho que nos permite ser quienes somos, vivir nuestras vidas según nuestras propias convicciones y valores, sin imposiciones externas. Pero esta defensa no es fácil y requiere de un esfuerzo conjunto y continuo. Requiere de la participación de todos, todas y todes, de la movilización social y de la defensa activa de nuestros derechos.
En resumen, la defensa del derecho a decidir frente a los fundamentalismos es una lucha necesaria y urgente. Es una lucha por nuestra autonomía, por nuestra libertad y por nuestra dignidad como seres humanos. No podemos permitir que nadie nos imponga cómo vivir nuestras vidas. Debemos defender nuestro derecho a decidir y seguir construyendo una sociedad más justa, igualitaria y plural. ¡Defender nuestro cuerpo, nuestra orientación sexual, nuestra acción diaria de vivir; es un derecho!
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